En la época de Jesucristo viviendo en Israel, se acercaron a él varias veces para que declarara su posición ante fenómenos políticos y religiosos. Por ejemplo, qué partido tomaba ante la presencia imperialista del gobierno romano, ante los abusivos impuestos por parte de este, incluso ante el impuesto del Templo. Pareciera que Jesús no tuviera ninguna opinión sobre los acontecimientos políticos que ocurrían en aquel tiempo. El hecho de que no se manifestase en contra del gobierno romano, de la corrupción de sus funcionarios (soldadesca, cobradores de impuestos), de la esclavitud en sí misma, y en general en contra de la injusticia en las relaciones de servidumbre laboral y social, no significa que Jesús no tuviera una opinión al respecto. Tampoco que no diera instrucciones a sus seguidores en estas áreas de sus vidas.
La opinión oficial de varias denominaciones cristianas y de no pocos cristianos en general es la neutralidad en estos asuntos y que nuestras vidas no reflejen partido ni a favor ni en contra del entorno social, político y religioso (sobre todo en lugares donde la religión es el asunto político). La idea más aceptable sería encajar en este mundo, enfocándonos en determinados retos personales de fe en nuestra relación con Dios y acogiéndonos a las costumbres aceptadas como decentes, sin cuestionarnos las costumbres para no meternos en ningún tipo de problema. Todos estaríamos de acuerdo en que esto es lo más cómodo. Pero, esto no fue lo que hizo Jesús.
Su silencio ante el estado de corrupción estatal y disfuncionalidad de la sociedad habla más de su posición que mil discursos o arengas políticas. El hecho de no promover ninguna otra alternativa socio-económica, incluso religiosa, ¿no luce sospechosamente como “esto tampoco es la solución”? ¿O será que era demasiado bruto para opinar sobre el tema? ¿Es que acaso los cristianos de hoy no podemos cuestionarnos, mientras anhelamos mantenemos separados del mundo, y justamente para no mancharnos de él, si el salario que le pago a mis empleados le alcanza para comer? O me digo fugazmente: “es lo que todo el mundo paga”. O si viviera en la época del esclavismo también tuviera esclavos y los tratara como tal, porque es mi derecho y todo el mundo lo hace así. O si mis estudiantes menos aventajados van a desaprobar mi asignatura y el año porque no es mi obligación repasarles fuera de horario aunque nadie me lo prohíba y me sobre el tiempo para ver muñequitos manga en internet. O que en mi trabajo me lleve las cosas de la institución que necesito en mi casa, sin que mi jefe lo sepa, porque no soy bobo, y en definitivas, todo el mundo lo hace. O si puedo dormir tranquilamente sin atreverme a deducir que mis hermanos de la iglesia, a quienes veo dos o tres veces por semana, tienen un problema. Es mi derecho que me baste con orar por ellos (si me acuerdo).
El hecho de que el hombre y su justicia no controla ni juzga TODOS mis actos, no significa que Dios no vea y juzgue TODAS las intenciones del corazón. Estar en paz con nuestra conciencia cada día no es lo mismo que adormecerla, endurecerla, paralizarla para que no nos moleste y nos lleve a hacer sacrificios que agraden a Dios sin que nadie nos vea y nos alabe por ello. Tampoco nos justifica el “todo el mundo lo hace”. Si no, podríamos explotar, discriminar, abusar, utilizar y robar a la gente y luego irnos a orar a la iglesia con toda tranquilidad.
Sí, las cosas aquí abajo son como son. Pero dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21), no significa descanso para el cristiano. Significa, por el contrario, un intenso juicio crítico ante lo que nos rodea. El Reino es formado con gente de este mundo. Coexiste con el mundo, pero no lo sirve a él. Lo trasciende. Sus miembros son personas comunes, pero hay frutos extraordinarios en sus vidas. Frutos que los distinguen en medio de la esterilidad humana.
Jesús es la fuerza más revolucionaria de todo el universo. No toca las estructuras de este mundo con ánimo de aplastarlas, pero cambia el corazón de algunas personas y las invalida para funcionar exitosamente en este mundo, preparándolas para otro andamiaje que no se destruye.