Ni fanáticos, ni santurrones
Uno de los miembros de mi congregación es popular por sus bromas. Cuando está frustrado por algún problema exclama: ¡Ay, qué ganas tengo de que venga Cristo, y caiga azufre del cielo! A todos causa risa esta frase viniendo de alguien con tremendo sentido del humor.
Aunque no acostumbro a expresarlo así, es la misma amargura que se apodera de mí cuando voy por una calle de mi ciudad y algún atrevido me suelta una grosería.
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