Dos escrituras que relaciono en el tema de la conciencia de la condición espiritual y la realidad misma de esta condición.
Dichosos los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Mateo 5.3 (VP)
Cuando leo esto me pregunto sobre estos pobres, ¿aquí Jesús habla sólo de los que efectivamente son pobres espiritualmente o de los que están conscientes de su pobreza? Este pedazo no lo especifica. Solo me hace pensar que Dios tiene la disposición de hacer algo por el hombre limitado, incompleto, débil, imperfecto. O sea, como si Dios nos estuviera buscando justamente por esa situación que tenemos, y qué mejor noticia que Dios nos esté buscando, tomando la iniciativa para hacer un Reino, su Reino. Conclusión: es casi como una suerte que tengamos esa condición para que Dios quiera salvarnos.
La otra escritura es Apocalipsis 3:17: “Pues tú dices que eres rico, que te ha ido muy bien y que no te hace falta nada, y no te das cuenta de que eres un desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo”. ¡Wao!!! Ahora sí que no me parece gracioso ser un pobre espiritual. ¡Lo describe tan bien!
Pero fíjate que dice y no te das cuenta… Como si ya el verdadero problema no fuera la miseria espiritual como tal, sino el hecho de no verla, de vivir engañado. No reconocerla equivale a soslayar la acción de Dios, su iniciativa de acercarse a nosotros tal cual estamos y por consiguiente no tener una relación con Él.
Si trato de imaginar lo que significa para mí ser espiritualmente pobre, sería no poder dar nada desinteresadamente, no poder crear nada que perdure, ser estéril, nada bueno saliendo de mí. Ciega: No ver mi maldad, no ver la gracia de Dios, no ver al otro a mi lado sufriendo por mi causa, no hallar el camino que necesito para sentirme bien y darme muchos trastazos casi todo el tiempo.
Desnuda: En el sentido recto me sentiría avergonzada y también vulnerable, blanco fácil del juicio de otros. En el sentido espiritual lo mismo y además desprotegida. Y si por un momento me doy cuenta de que estoy ASI de mal, pues claro que sería lo primero que dice la escritura: desdichada.
Por suerte después de este choque con el espejo vienen palabras de aliento: la solución del problema. (Si no creyera que en Dios todo se resuelve para bien, ¿qué esperanza quedaría?) Por eso te aconsejo (no me obliga) que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico. ¡Cómo comprar! Yo pensaba que con Dios todo era regalado. Bueno, sin querer tomarlo todo en el sentido recto, porque esto del oro es una metáfora, Es cierto que para tener el tesoro sí tenemos que dejar cosas de este mundo, de otra manera la puerta para entrar al Reino no sería estrecha.
En este punto se levanta una imagen de mi condición dibujada por Dios que nunca se me había ocurrido, que me es familiar en todos sus colores, pero en conjunto me resulta contradictoria, y más allá, dinámica: Soy pobre, y no lo sé, pero soy afortunada porque Dios hará algo al respecto, y cuando lo haga, entonces sabré que soy pobre, por lo que ya, de hecho, seré rica, pero, ¡ay, cuando sea rica o al menos me crea rica espiritualmente… volveré a ser pobre! De manera que, una vez que entro en relación con Dios ya no seré una sola cosa, sino pobre unas veces, rica otras, incluso las dos al mismo tiempo.
Creo que, mientras paso por ESTA vida, nunca entenderé plenamente de qué manera Dios trabaja en mi condición, pero sí creo que siempre lo hace para validar al fin sus promesas. La más absoluta de todas es la felicidad.
Para terminar entiendo de todo esto que la bienaventuranza, ese estado de equilibrio y satisfacción que va desde lo mental y emocional hasta lo físico no depende tanto de lo que tenemos en nosotros mismos, como de lo que sucede con eso que tenemos una vez puesto en manos de Dios, de lo que Dios hace con nosotros si habiéndonos tropezado con él, le aceptamos como Señor, amo, dueño de nuestra vida. Él podría tomarla sin pedirnos permiso, de hecho, cuando la perdemos, él se encarga de lo que sucederá ulteriormente, pero está esperando, deseando que queramos confiar en él y ofrecérsela voluntariamente.