Sequedad espiritual

Recuerdo los tiempos en que comencé a conocer de Dios. Todo era increíble y el agua viva del mensaje de Jesús me llenaba de una manera especial. Creo que todos tenemos recuerdos similares. Con el paso del tiempo llegas a un período de estabilidad y aprendes a sortear los dardos del maligno (Ef. 6:16).

Ya en esta etapa de tu vida cristiana, probablemente la mayor amenaza sea el estatismo: que dejes estancar las aguas vivas del Espíritu y termines con una fe marchita. He aquí la sabia advertencia del Maestro:

Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea.  Mat 5:13 (VP)

Resulta extraño este pasaje en nuestros tiempos. No sé tú, pero yo nunca he visto que la sal pierda su sabor. Sin embargo no ocurría así con la sal de los tiempos bíblicos. Esta muchas veces provenía del Mar Muerto y no era una sal pura (generalmente contenía también yeso y otros minerales) y con el envejecimiento perdía paulatinamente su sabor. Magnífica imagen esta de la sal. Al igual que la sal de la Biblia, nosotros no somos 100% puros. En nuestro interior puja por dominarnos nuestra naturaleza pecaminosa, ese otro yo que nos come por dentro y, por fuera, el mundo que nos rodea pleno de incitaciones al pecado. La sal no se desvanecía de un día para otro, no era este un desvanecimiento «mágico», sino que día a día, lentamente, iba perdiendo su sabor.

Salero

He aquí un peligro verdadero: que nos acostumbremos a la sequedad espiritual, al «no pasa nada», a la falta de sueños espirituales y nos veamos perdidos al final del camino, sin saber a ciencia cierta cómo fue que vinimos a perdernos.

Es necesario ir a Jesús, a la espiritualidad viva del Maestro que hará que broten de nuestro interior manantiales de vida. Será necesario humillarnos, reconocer que por nosotros mismos no somos capaces, buscar ayuda en otros que nos miren con los ojos del Espíritu y renovar nuestra amistad con Dios. Todavía estás a tiempo. Dios está disponible para ti. Solo recuerda la promesa: «Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.» (Jer. 33:3, RVR). Es tu decisión: decídete y da sabor.